—Es una nena, se va a llamar Sofía.
Estábamos entrando al consultorio donde Marta, con una panza de cinco meses, se iba a hacer el estudio que confirmaría el sexo del bebé. Habíamos querido llevar a Sebi, pero él no parecía muy interesado en el asunto de tener un hermano y mucho menos en saber si iba a ser varón o mujer. Estaba aburrido en la sala de espera, como en otro planeta. O eso parecía hasta que, en medio de nuestra charla sobre posibles nombres, dijo, en tono casual y sin pretensiones de predicción, “Es una nena, se va a llamar Sofía”.
Al entrar al consultorio el médico quiso ganarse su confianza y le preguntó:
—¿Sabés que vamos a hacer acá?
Sebi lo miró con cara de sí-me-lo-dijeron-mis-papás-20-veces-pero-te-dejo-que-me-lo-digas-vos-de-nuevo, y el tipo le contó de qué se trataba la ecografía y que era posible ver a su futuro hermana o hermano dentro de la panza.
—Si tenemos suerte, podemos saber si es un nene o una nena.
—Es una nena, se va a llamar Sofía —insistió Sebi.
Lo decía con tanto convencimiento que nos hacía dudar de que el estudio fuera necesario. El médico se sintió incómodo y desafiado. Le habían quitado el placer de informar el sexo del bebé y estaba sediento de revancha, y la tendría una vez que la ciencia le permitiera desmentir el imprudente comentario de Sebi. Con algo de ansiedad le puso gel en la panza de Marti y todos compartimos las primeras imágenes, mientras nos describían las partes del cuerpo y nos explicaban cómo habían evolucionado respecto a la ecografía anterior. Nos llamaba «papis», algo que me causaba desesperación, una costumbre espantosa de médicos y maestros.
—Ven, papis, ahí pueden ver la carita, ese cuenco es una oreja —relató, hasta llegar a la entrepierna. Ahí se quedó mirando en silencio durante un rato largo.
—¿Y? —pregunté ansioso.
—¿Qué dijo el chico? ¿Que va a ser una nena? Parece que los chicos siempre tienen razón. Es una nena nomás.
—¿Seguro? —pregunte.
—Sí, cien por ciento seguro.
Nos miramos desconcertados con Marti. No porque Sebi haya dicho que era una nena, un cincuenta por ciento de probabilidades de acierto era un porcentaje alto. Nos mirábamos porque, además de decir con seguridad que era una nena, dijo que se iba a llamar Sofía, nombre que no estaba en nuestros planes. No teníamos ni la menor idea de dónde lo había sacado. No tenía compañeras con ese nombre, no había programas de tele, serie o dibujos animados con Sofía alguna. No teníamos familiares, ni ídolos, ni amigos o enemigos que se llamaran Sofía.
—¿A vos te gusta? —me preguntó Marti.
—A mí me encanta.
—A mí también.
—Entonces que se llame Sofía nomás.
Y desde ese día Sofía y Sebastián fueron hermanos para siempre.