“Plantado en sus patas traseras, usó de pala las delanteras.
Hasta que algo duro halló y con fuerza tiró.
Pero cuando los ojos abrió, adiviná qué vio.
No se trataba del hueso que cierto día enterró”.
Todavía resuena ese párrafo en mi cabeza. Cuando paro en un semáforo o me tomo un café en el escritorio de la oficina, distraído, repito para mis adentros: “Plantado en sus patas traseras, usó de pala las delanteras…” Me cuesta entender porqué mi memoria guarda estas cosas. Probablemente sea culpa, nunca me perdoné no haber compartido con Sebi todo el tiempo que él se merecía. Aunque tal vez esa culpa sea más producto de la ausencia que de la realidad y el tiempo compartido haya sido más que lo que imagino. Por ejemplo: mirando su biblioteca descubro que en cada libro hay un puñado de lecturas que atravesamos juntos. Dos de estas lecturas me marcaron: una fue “Peli Pelícano y su Picazo” y la otra “Sabueso perdió su hueso”, de donde sale la frase que no puedo dejar de repetir cada tanto. ¿Por qué estos libros significan para mí más que el resto? Podrían haber sido otros, algunos más actuales, de esa época en que disfrutábamos la pasión por lo fantástico. Pero no, una y otra vez se instalan en mi cabeza los textos de esas lecturas.
“Peli Pelícano” era un libro chiquito que tiene un pico de plástico en la parte de arriba para abrir y cerrar, lo que hacían —primero Sebi y después Sofía— cada vez que en el texto se leía “¡Chic! ¡Chac!, ¡Chic! ¡Chac!”. El Pelícano de la historia sentía que su pico no le gustaba, hubiera querido tener uno más chico. Hasta ahí, otro relato triste de insatisfacción con el cuerpo propio. Pero a medida que pasaban las páginas íbamos descubriendo que el pico grande del pelícano lo ayudó a convertirse en ídolo para sus compañeros de selva. “Dos leoncitos juegan cerca de una fogata. Pero de pronto se levanta viento. ‘¡Ayuda!’ gritan, ‘¡se incendió el pasto!’” “¡Chic! ¡Chac!, ¡Chic! ¡Chac!”, grita Sebi varias veces, mientras abre y cierra el pico articulado del libro. “No se asusten” dice Peli, mientras llena de agua su pico y apaga el fuego. “¡Hurra por el pico de Peli! todos lo felicitan. Y Peli se pone muy contento.” Sebi también.

A diferencia del pelícano, “Sabueso” era un perro torpe que no recordaba dónde había enterrado su hueso. En la búsqueda encontraba los objetos más inverosímiles, desde un zapato hasta un subte, descubriendo finalmente el esqueleto de un dinosaurio por el que le dan un montón de plata que él usó para agasajar a sus perros amigos. El punto es que, ante cada búsqueda, leíamos el mismo estribillo, que Sebi repetía hasta el infinito: “Plantado en sus patas traseras, usó de pala las delanteras…”. Aunque pasaran años de haberlo leído, cuando alguno de los dos empezaba el párrafo, lo terminábamos repitiendo entre los dos:
—…hasta que algo duro halló y con fuerza tiró….
Escribiendo esto descubro que no se trataba de iniciarlo en la lectura o despertar en él la pasión por los libros: el asunto era inventar momentos compartidos.
Ahora entiendo porqué no me olvido de estos libros: ambos fueron protagonistas de esas ráfagas de felicidad que uno recuerda con una sonrisa. La misma con la que me sorprendo mientras voy por la calle murmurando “¡Chic! ¡Chac!, ¡Chic! ¡Chac!” como un idiota.