“¿Querías un prólogo? ¡Ahora tenés dos!”, ensayé para mis adentros una escena de reproche que jamás sucedería. Sepan disculpar, entonces, lo inusual de dos prólogos.
Odiaba a los médicos que no lo habían salvado, a los maestros que lo habían menospreciado y a Lucy, la china del supermercado que le regalaba golosinas, también.
Algunos necesitamos contar historias de guerras ya libradas, o de amores imposibles en transatlánticos condenados a hundirse.
Ese “no encajar” en lo establecido le trajo innumerables padecimientos: físicos, sociales, pedagógicos, pero los venía superado todos con una personalidad que yo envidiaba.
Después del impacto inicial, cerró los ojos y empezó a disfrutar de esa lluvia tibia sobre su cuerpo.
Cuando la tragedia te roza, cada día que pasa es un día más de olvido. Pero cuando te atraviesa, se repite cada día.
Quizás te cueste encontrar tipos que llegan a viejos que te puedan sumar en sus vidas 10 años de felicidad.
“¿Qué te anda pasando, hijo?”, le preguntó el Padre buscando que él le explique su padecimiento.
Lamentablemente los milagros no existen. Sólo el azar de una moneda tirada al aire. Cuando sale cara le dicen milagro. Cuando sale seca, tragedia.
“Saber hace mal”, le repetía en broma a Marta, cuando la encontraba investigando por internet sobre casos similares.
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